El dueño de El Brillante acabó con su vida ahogado por la crisis del Covid
La muerte del dueño del madrileño bar «El Brillante», Alfredo Rodríguez, el pasado lunes ha sido el trágico final de un empresario que había luchado durante décadas por su negocio, que antes de que estallara la pandemia del coronavirus había decidido apostar por la expansión de la empresa por la región y abrir nuevos establecimientos con socios, y que la tormenta económica perfecta, con cierres y menos ingresos, habían le había propiciado un mar de deudas y problemas a las que respondió quitándose la vida.
Fuentes cercanas al empresario confirmaron que se suicidó con una pistola el lunes tras dejar un mensaje a un familiar en el que se podría entrever su decisión, si bien desde la familia no se ha informado de cómo falleció, aunque han trasmitido a algunos trabajadores que seguirán con el negocio, que había crecido con aperturas de establecimientos en la Comunidad de Madrid: en Boadilla del Monte y los centros comerciales de Xanadú y Nassica.
En este último, había elegido un local privilegiado con terraza en uno de los puntos más transitados de la zona externa del complejo. Era el primero de estos locales, inaugurado la primera semana de marzo y cuyo crecimiento se vio frenado en seco por los cierres de la pandemia y los potenciales clientes encerrados en sus casas.
Algunos de sus amigos han comentado en redes, y entre ellos, que el pasado verano ya mostraba estar pasando por una situación que calificaba de «tremenda injusticia», agobiado por las cuentas y las dificultades que intenta capear el sector.
A sus 67 años era un referente en la hostelería madrileña, en la que su mítico “bocata de calamares” se ganó un puesto de honor entre los imanes que atraen a la capital de España desde su establecimiento en la Plaza de Atocha, a pocos metros de la estación ferroviaria y el Barrio de las Letras.
Amigos y socios en el modelo de franquicias muestran su sorpresa y dolor ante su suicidio, ya que su optimismo y capacidad de enfrentarse a dificultades había marcado una vida en la que el compromiso con los trabajadores era uno de los pilares de su forma de actuar empresarialmente.
Cuando se le preguntaba los motivos por los que algunos días se ponía a trabajar como un camarero más en la barra del bar, señalaba que le gustaba «estar atendiendo a la gente junto a mi familia (así llamaba a sus empleados)».
En 1967 comenzó a trabajar en ese bar fundado por su padre a mediados de los 50´s. Según comentaba, sus problemas de salud le dificultaron la infancia y los estudios y se volcó de lleno en impulsar el negocio. Casi 55 años después, una caña y el bocadillo de El Brillante son prácticamente elementos obligados para turistas, y no turistas, que quieran conocer de primera mano los “sabores tradicionales” de la vida madrileña.
Rodríguez defendía que el éxito de su bocadillo de calamares no era el precio (bastante bajo). Era la calidad del producto: calamares del Pacífico, rebozados con harina de garbanzo (según él una de las principales claves del producto), aceite de oliva de calidad y un pan recién sacado del horno.
Aseguraba que nunca se iba a retirar, “me llegue la oferta que me llegue”. De hecho, explicaba que unos inversores chinos le habían ofrecido “muchos millones de euros” por “la marca El Brillante”. “El bar les importaba mucho menos que poder comercializar el nombre”. “Pero yo no dejo a mi familia tirada”, presumía.
Personal de más de 45 años
Era partidario de contratar a personal de más de 45 años, por su experiencia y por “haber pasado por la universidad de la vida. Como yo”. De hecho, este verano volvió a protagonizar titulares en la prensa por su decisión de sólo contratar a mayores de 50 años ante la crisis que vivimos y la errónea tendencia de muchas empresas de no apreciar el valor de los trabajadores “más senior” a la hora de ampliar sus plantillas.
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